Tres son los elementos que utilizo en esta portada navideña: una panorámica de Ciñera (1) —espacio de silencios y carbón donde «nací como todos nacemos, llorando, llorando» (2)—, un servidor en una toma de hace medio siglo, y un muro. Con ellos he compuesto una escena que, aun siendo imaginaria, se corresponde fielmente con lo vivido en doce meses confusos y erráticos, pero sobre todo cruciales. Hablo de 1973... Hablo de 2023.
Al primero de los antedichos lapsos llegué subido en «el tren de ninguna parte» (3), cargado de raíces, hormonas y futuros desflorados; y moviendo el esqueleto en «La Hornaguera», que organizó un concurrido baile de Nochevieja. A dicho evento asistí tras las doce campanadas pero sin campanas en perneras ni plataformas, ya que tales chifladuras eran todavía cosa de urbanitas un poco sandios. Estos provincianos capitalinos que se dejaban caer por mi pueblo, embutidos en campanudos pantalones —con zapatos a juego que más bien parecían pedestales sin fundamento—, ligaban y se lucían ejecutando psicodélicas contorsiones. Ellos me abrieron el candado de naderías y convulsiones de manicomio.
De tal guisa comencé aquellos trescientos sesenta y cinco días. Tiempo de adioses. Tras la Semana Santa, dijo adiós don Victorino como párroco; tras las vacaciones de verano, el 11 de septiembre, dijo adiós el Hno. José Luis Ampudia como director del «Maristas Santa Bárbara» (el Hno. Isidro Frade le sustituyó); tras dieciséis otoños, dieciséis inviernos, dieciséis primaveras y dieciséis veranos —sesenta y cuatro estaciones en que hubo de todo menos «cambios climáticos»—, dije adiós a mis circunstancias por decisión de mis padres: ellos —sus razones tendrían— de cuajo me arrancaron del trozo de tierra que me sostenía. La familia se instalaba en León ciudad. A mí me tocaba en suerte, o desgracia, la Universidad Laboral de La Coruña.
«Soy de esa clase de personas que no están hechas para la vida en un internado. En casa había vivido y estudiado en gran libertad, tal como me gustaba, y pude construir mi propio mundo» (4). Cambiar no era de mi gusto; y menos dar un salto en el vacío. Cambié para estar metido en una sala de estudio junto a más de cien compañeros, lo que fue «para mí una tortura; me parecía casi imposible estudiar, algo que antes me había resultado muy sencillo» (5).
Ahora bien, de las tormentas y chaparrones uno se protege y termina saliendo a flote; pero ¿qué sucede cuando se desata un huracán, una pandemia de histerismo? Sucede lo inimaginable. Aunque por aquel entonces —con dieciséis primaveras a cuestas— no percibiera su importancia, lo cierto es que «la historia del año 1973 está marcada por su abrupto final: la desaparición de Luis Carrero Blanco, el segundo del régimen» (6). Su muerte abrió un proceso que culmina en 2023. Asimismo plantea «varios interrogantes, entre los que destaca primordialmente no el quién, sino el quién estaba detrás de quién. Que el presidente del Gobierno fue asesinado por un comando de la E.T.A. no deja ninguna duda. Pero ¿quién estaba detrás de ese comando y de la propia E.T.A. para inspirar y quizá proteger la ejecución? ¿Qué impulsos exteriores, qué complicidades internas, altas o bajas, encontró el comando asesino? Son preguntas sobre las que nada concreto podemos asegurar y que seguramente quedarían sin respuesta final, sumidas en el misterio» (7). Resulta ilógico pensar que dicho grupo terrorista consumara —en solitario— un magnicidio de tal envergadura —y a cien metros de Henry Kissinger—, cuando en aquel periodo su mayor «acto heroico» había sido la vil tortura y asesinatos de Humberto, Fernando y Jorge, tres jóvenes naturales de La Coruña.
Al 2023, a punto de concluir, he llegado tras medio siglo a la deriva en un océano de niebla. «Quien no es dueño de sí, no es dueño de nada»; «quien dijo pobre, dijo podre». Luego mi oportunidad se ha colado por la buzonera, la he consumido en malos tragos y estériles trajines. Cual mula ciega he sido paniego mugroso; he comido y he movido el vientre, y el alma se me ha escapado por el retrete… Puñetera filfa es el surco del manivacío.
¿Por qué tanto «cielo negro»?
Pregunta inútil. A día de hoy vivo sobre un muro, gritando; vivo en «la cara oculta de la luna» (8), buscando sentido a las cosas; vivo la penúltima ilusión en la cima de la nada sostenible. Bebo los vientos y pervivo en una jaula de mil demonios, con grillos en el magín. En tal lugar, don Puente pontifica y caza brujas porque «haberlas, haylas», y si no, se inventan; además don Puente pontifica sin morderse la lengua, no sea que se envenene: quiere ser «la voz de su amo». Y como no hay dos sin tres, don Puente pontifica y condena el lenguaje figurado, y sube a los altares a los don Oteguis, pistonudos «demócratas de la capucha». Días tristes tocan. «Hoy es peor que ayer y quizá mejor que mañana» (9).
Concluyo. «¡Diálogo, diálogo, diálogo!», sostienen ufanos los nuevos Jeremías del siglo sin luces. «¡Hasta con el mismísimo señor diablo si fuera preciso!», remachan. Craso error cometen quienes así gobiernan los destinos, pues no miden correctamente los peligros y nos meten de lleno en la boca del lobo.
Un amor de corderito recién nacido bebía en las aguas de un límpido arroyuelo. Un lobo que acertó a pasar por allí, le dijo lleno de rabia:
—¿Quién te dio permiso para beber en mi arroyo?
—Señor —contestó el inocente—, que vuestra majestad no se encolerice y que más bien considere que si bebo de esta corriente lo hago lejos de sus dominios.
Viéndose el lobo chasqueado, insistió:
—Por otra parte, tú hablaste mal de mí el año pasado.
—¿Cómo podría haberlo hecho, si aún no había nacido? —replicó el cordero.
—Si no fuiste tú, santurrón desvergonzado, fue tu hermano o alguno de los tuyos. Además, aunque te defiendas no dejaré de comerte.
Y dicho esto, arrojando espuma por las fauces, agregó:
—Es preciso que me vengue de una vez por todas.
Y arrastrando al pobre corderito a su guarida, lo devoró. (10)
La mejor estrategia de diálogo no sirve ante infames patibularios, dispuestos siempre a practicar el mal.
(1) Página 9 de la revista «Hornaguera» nº 158/octubre/1970.
(2) En la primera estrofa de la composición «Como todos», de Manuel Alejandro; interpretada (1969 - Polydor/80042/A: "Como todos"/B: "Es el viento") por Nino Bravo, quien falleció en un desgraciado accidente de carretera el 16/04/1973.
(3) Canción en español de Christian Anders, publicada en 1972. La escuché por vez primera en la sala de juegos de Luis «el barbero», en la calle principal de lo que se conocía como «pueblo viejo». El local tenía unos treinta metros cuadrados. Nada más entrar, a la izquierda, la máquina-disco; en el centro, un billar americano; al fondo, un par de futbolines con los jugadores en madera.
(4) y (5) Página 48, «Mi vida», de Joseph Ratzinger. Ediciones Encuentro. Madrid, 1997.
(6) y (7) Página 221, tomo VII de «La historia se confiesa». Ricardo de la Cierva. Editorial Planeta, 1976.
(8) En inglés, «The Dark Shey of the Moon», octavo álbum de Pink Floid. Publicado el 01/03/1973 en los Estados Unidos y el 23/03/1973 en el Reino Unido, es una metáfora que describe un viaje interior hacia los confines de la locura (según Rogers Waters).
(9) Página 51, «Azaña», de Carlos Rojas. Premio Planeta, 1973.
(10) «El lobo y el cordero», en la página 70 de «Fábulas de Esopo». Susaeta ediciones, 1965.
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