Dieciocho de julio de 1957.
Mis padres, mis hermanos, y un servidor esperando al treinta de agosto. Son las Fiestas de Santa Lucía. La foto es obra de García (no puedo asegurarlo porque no tengo en mis manos la de
papel para comprobar el sello). Han pasado sesenta y seis julios desde aquella
jornada festiva; de todos ellos podría contar muchas cosas, pero cuando el
humor sea propicio. Ahora que veo a España en la desembocadura ―donde se la
tragará el mar con sus grandes tragaderas, si nadie pone remedio―, lo que mi
antojo demanda es comentar el presente julio, tan plagado de malos augurios.
Aunque afortunadamente se agosta.
“Un aldeano que toma el gusto a los ochavos y sueña con trocarlos en plata, para convertir después la plata en oro, es la bestia más innoble que puede imaginarse; porque tiene todas las malicias y sutilezas del hombre y una sequedad de sentimientos que espanta… Contando por los dedos, es capaz de reducir a números todo el orden moral, y la conciencia y el alma toda.” (Galdós. “La familia de piedra”, capítulo IV de MARIANELA.)
domingo, 10 de septiembre de 2023
Dieciocho de julio de 1957
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