lunes, 12 de octubre de 2020

El niño

 


     A la misma hora todos los días, gastado por los años y las pesadumbres, busco alivio en el silencio profundo de mis pasos. Es entonces cuando se abre una puerta de las estrellas y veo -cerrando los ojos- el callejón oscuro por el que trota veloz un niño encanijado: blando por dentro, serio por fuera.

       Oigo sus latidos, trémulos y flacos. Vivires apresurados junto a gusarapos y carcomas; una pena seguida de otra pena; un juego perdido en otro juego. La bigarda, el gua, los santos, el trompo, las espadas, el sal-del-bote-cara-dura-sacúdete-feo, el chorro-morro-picatorro-una-bajita-de-gua-gua-qué-será-que-no-será,… y salta y corre. Siempre carreras. Jugando al pañuelo, al marro y a la pica; yendo a la escuela con el bocado entre los dientes o a los “mandaos”… con la zapatilla dibujada en el lomo. Correr tras futuros hinchados de gazmoñerías fantasmagóricas, tras obsesiones que cavan profundo surco entre ceja y ceja: donde crecen sudores de agonía.



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