viernes, 13 de septiembre de 2024

Consejas



Mirando el ayer con el corazón, pues no hay otra manera de comprenderlo; sintiendo y alentando reminiscencias, de mi carne arranco infectas espinas, que gastados agravios ―agua pasada― no han de volver mohíno el gesto.


―Quien mucho llora, su mal empeora. Todos los días y con idéntica fatiga, busco alivio en la inercia de mis pasos. Es entonces cuando te veo en el callejón oscuro por el que pasas veloz, serio por fuera. Oigo tus aleteos. Vivires apresurados junto a gusarapos y carcomas. Una pena de otra pena seguida; un juego perdido en otro juego; dieciséis años de cosas. Cosas de guajes, del Régimen, de la Empresa casi todas; cosas del día y también de la noche. Cosas, al fin, que llenan las horas y vacían los adentros. La bigarda, el gua, los santos, el trompo, las espadas, el sal-del-bote-cara-dura-sacúdete-feo y el chorro-morro-picatorro, saltar y correr. Siempre carreras. Jugando al pañuelo, al marro y a la pica; yendo a los mandaos con la zapatilla dibujada en el lomo, y a la escuela, con el bocado entre los dientes.

―Quien no es dueño sí, no es dueño de nada. Dormito. Entre dientes hablo de ti. Cual mosca paralizada en tela de arañuela repaso tus historias y veo desfilar humazo, peñas y puyas, puentes, prisas ―siempre prisas―, un apeadero y trenes. Borracho de dudas subo al Rápido: son las ocho de la tarde. Me acomodo en el vagón de cola; por la ventanilla, sombras negras como nichos, largas, preñadas de pesadumbres. Se me van los huesos tras ellas. Cierro los ojos: brota el verde, luego el rojo; finalmente la nada, que se adueña de mí. Cabeceo.

―Llorar a puerta cerrada, porque el vecino no entienda nada. Las ocho del alba llegan y la cantera despierta: cantos menudos cantan su letanía sobre vagonetas de frío. En el hogar, café de puchero impregnando el aire; fuera, un río nervioso cortando el suelo: se lleva cenizas, esqueletos de perros y gatos, humanidades paridas en sangre. Con las primeras luces tienes pan con Tulipán y obediente lo comes, o lo escondes bajo el armario; aprendes bien las cuatro Cartillas de Álvarez. Vas a la clase de doña Hilde para saber que la a es un burro; la e, un sordo; la i, un gocho; la o, un pájaro huyendo, y la u, esa máscara que nos permite convivir al tiempo que nos asusta. En la escuela del silencio te van quemando los ojos, espejo del alma; te van llenando la alforja de hollín. (Lo hueles, se te cuela por el respiradero, te invade.) Ves pasar días, todos iguales como nubes pardas. Cumples años y añades peso a tu vida, negro batallar inmerso en un charco de tristezas. Eres un ratón que de todo come: acederas de la huerta, hojas de enredadera, tallos tiernos de zarzamora, flores de falsas acacias; también arándanos, machucas y picaculos. Bobo bizarrín eres sobre las vallas del campo de fútbol: peligrosamente por ellas caminas; no lloras cuando caes espatarrado y te machacas la entrepierna; muy osado eres cuando te rehaces presto y al galope huyes. Con todo, llegas en un «quejío» a la caseta junto al puente y tarareas el «Desiderio» ―«siempre triste y siempre serio»―. ¡Ay del que sufre a solas! Si no fuera por el rayo / de lunita que me alumbra, / ¿qué sería de tu cuna? / ¿Qué sería de tu llanto? / Lágrimas bajo la lluvia.

―Quien con cojo anda, al año cojea. Un orbe intrigante, lioso y embrollón se te mete dentro: es una trapisonda primera, un barullo. Te hace girar en torno a una zanahoria; te arroja miguitas de pan, el muy ladino; si bien lo peor es que por su causa renqueas. Quisiera librarte de la tremenda barahúnda que se ríe de ti, darte quietud; con retales hacerte un traje nuevo quisiera. Triste niño que a mi lado lloras; figura errante que mis pasos guías; inseparable amigo. Sobre ti cargo este galimatías, este dislate, estos carámbanos yertos. Agazapado en un castillo de remembranzas, pervivo mirándote. Monte arriba trotas palmeando la grupa; descuadernado buscas nuevos horizontes; quieres que no dé vueltas la rueda, pero es inútil: sigues creciendo y estás solo y mohoso y despeinado, y un perro te ladra en el angostillo. Dime, compañero del alma, compañero, cuando a las puertas del amor llegues, para poder abrirlas, ¿qué harás?… ¿Sólo soñar?, ¿soñar solo?, ¿guardar el agua en un cesto? ¿«Cojitranquear»?

―Quien tiene rabo de paja, no se arrime a la llama. De poco sirven mansas consejas estando hecho a voces de trueno, tortas y zapatilla. Condicionado cual perro de Paulov, obedeces: vas camino del cerote, «amigüito», donde nunca se cena. Sin mirar, porque mirar es pecado, cierras la puerta de la cocina y entras en el dormitorio; te metes en la cama, resoplas, gimoteas. Te quemas. Piensas en tu trozo de río, charca oscura y malvada que alienta engañifas y destripa briosos renacuajos, y donde los zapateros caminan sobre las aguas. Te ves atrapando moscas: las esperas silenciosamente; las miras; lanzas veloz tu mano tonta; no siempre caen: a veces se te cuelan entre los dedos. Te ves atrapado: hueles a chamusquina. Rabias en la carretera. En lo alto del muro ―el fusco muro de los vencejos, medias lunas sobre azul― entre la librería de Tines y el túnel, te sientas. Miras cómo pasan los camiones Pegaso y Barreiros, y se te va el alma tras ellos; mas no te preocupes: algún día te irás lejos, muy lejos tal vez. Hoy toca el tostadero, el pienso sin existir, los huevos fritos con patatas y alimentar la zurda esperanza, esa embustera que mece la cuna de los guajines como tú.

―Quien domina su ira, vence a su mayor enemigo. Irreflexivo y molesto, rebotas contra el murallón; desairadas, las tripas se quejan, hipan, gimen. Varado en una poza de fingidos lazos, con un grito de siete truenos lamentas la mala chamba que ata tus pies. Revoloteas como avispa loca, picas, te enzarzas, reniegas. Te crujen. Te mandan al Economato y bien Angelita o Parra te apunta en la libreta las patatas, los huevos y el aceite; también la leche Aly, esterilizada y homogeneizada, parcialmente desnatada; asimismo arroz y azúcar, lentejas, alubias y garbanzos. Pepe y los suyos te lo cargan en la bolsa y regresas corriendo (estás a primeros: es el fin del mundo). Y que llueva que llueva, la Virgen de la Cueva; y si no llueve, a regar berzas, lechugas y zanahorias, también sueños dorados que mueren mustios y tragando sapos. Un balón ganado en la rifa de Reyes… Liga escolar: rayistas y montañeses, agitación infantil, patadas y codazos, nervios... Plaza casi redonda en el centro de la hoya, donde se cuecen las fiestas de San Miguel y sus atracciones septembrinas, aguadas la mayoría, con risas en los espejos, barcazas columpio, tiovivos, cadenas, coches de choque, tómbolas como la vida misma.

―Quien no padece, no merece. Indeciso, dejo pasar y pasar las horas. Perturbado de caletre y difuso, me adentro en ti: vivo en una nube de tinta. Cuando ya ningún rebrote siento y mi corazón desamado es una piedra, lentamente caigo en la brumosa y dulce melancolía. He pasado mala noche batiéndome contigo, queriendo ser lo que tú eres. Mil temores bullen dentro de mí. Fatigado, aturdido, quisiera tocarte, abrazarte, reírme con tu risa. Ver con tus ojos. Vibrar como las chispas, que nacen de una fragua y vuelan al cielo para ser estrellas. En cambio, héteme aquí maniatado, perdido entre palabras, traspapelado en el caos. Por si no lo sabes, ando buscando un no sé qué que quisiera recomponer. Te busco revisando ratoneras, rodeado de trabas y horrendos chirridos. Raspo la inopia y sale ignorancia; entierro la mentira y reaparece un camino al cementerio, por donde siempre regresan menos de los que van.

―Quien dijo pobre, dijo podre. Con hambre de siete días. Por eso en la mesa comes y callas: para matar la gazuza; pero a veces rompes la ley del silencio con un disparo seco. ¡Pan! Pides pan de la Socorro y te suben ardores a los ojos; se te suelta la voz, que golpea ida contra cercas y bloqueos. El demonio del marro te encadena al plato en que amorras y tragas, te quiere su esclavo, que seas murga, rumor vahído, un azacán. Te arrepentirás si dejas que te ponga el arnés.

―Lo que no quieres, ¿para qué lo quieres? ¡Entérate! Pasan los años y sólo queda pestilente monotonía, empalagosa y estúpida: queda el cansancio. ¿No lo ves? Cual mula ciega vives: no eres más que paniego en pringue arrastrando calderos de comida para los cerdos, arrancando hierbas para los conejos, arreando monte arriba en busca de leña. Comes y mueves el vientre, te oxidas, te desnucan un poco cada segundo; te las ves y deseas. ¿Y aún me dices que tienes fe?… Puñetera filfa es el cauce del manivacío: aguas que aparecen y luego se vician, se frenan, se arremansan. ¿Dónde vives, guajín?

―El mal del milano, las alas quebradas y el pico sano. Sé que vives; que habitas una época como las demás, ni mejor ni peor: en todas hay razones y cadenas, gente buena y mala gente. En todas crece la hiel a cada paso. Pero sigamos. Ven conmigo hasta el plano inclinado del Dos-caballos de don Gregorio; mejor aún: pasemos de largo hasta Santa Lucía. Sube la cuesta de San Roque y baila conmigo el vals de los gusanos de seda condenados a no ser mariposas. ¿Lo conoces? Ya veo que te ríes de mí. Es normal: soy un escarabajo que duerme lejos del mundanal ruido, junto a sabandijas e insectos de otras podreduras. ¡Sin hacer ruido! Así que no me despiertes con tu mofa; no me despiertes y déjame soñar mientras consumo mis penúltimas bagatelas. Déjame vivir, pues los años corren con estrépito, siniestros y chirriantes.

―Algún día será tu día. Pero has de saber que no hay futuro sino balsa, bebedizo, letra muerta; que peor es el miedo al dolor que el propio dolor; que los años no borran el trauma: en ocasiones, o tal vez siempre, todo regresa con mayor ímpetu, y el rescoldo se hace fuego furibundo. Has de saber que de amigo a amigo, la chinche, y guárdate de los que vienen con piel de oveja fingiendo querencia, pues a ti esclavizar quieren y no tardan mucho en cambiar la caña por la lanza. Has de saber que no hay amor ni caridad, sino más tener y mucho tener; que la soledad de quien nunca conoce compañía es comparable a la ceguera de nacimiento; que hay heridas que no se curan, y toda la vida duran; que cuando la ira manda, nadie cuida de nadie. Y deja de tirarle piedras al sol: le da lo mismo. Deja de correr a ninguna parte.

(Estas mis consejas son la leche que mamé y los paños que me envolvieron. Soy el que soy: el resultado de un existir aperreado y flaco. Tenlo presente.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario