viernes, 9 de octubre de 2020

Hojas secas


      Caro amigo de viejos bachilleres: presta oído a estas historias que -a tientas- construye un cerebro en su agonía. Son quimeras, figuraciones de un rocín… ¿No? Pero al menos palpa con tus ojos las primeras frases. Ausculta.

 

 

*    A modo de preámbulo

 

       Todos mis libros de texto -de aquellos años- terminaron en la basura; inexplicable, pero son cosas que pasan. Gracias a Dios he ido recuperando algunos, como por ejemplo el de Lengua Española de 2º, que a veces hojeo al azar y contemplo sus ilustraciones –inolvidables-, y me dejo llevar por sus LECTURAS EXPRESIVAS. Hoy –ahora- vivo en la página 185:

       LAS HOJAS SECAS

       El sol se había puesto. Las nubes, que cruzaban hechas jirones sobre mi cabeza, iban a amontonarse unas sobre otras en el horizonte lejano. El viento frío de las tardes de otoño arremolinaba la hojas secas a mis pies.


      Yo estaba sentado al borde de un camino por donde siempre vuelven menos de los que van.

       No sé en qué pensaba, si en efecto pensaba entonces en alguna cosa. Mi alma temblaba a punto de lanzarse al espacio, como el pájaro tiembla y agita ligeramente las alas antes de levantar el vuelo.

       Hay momentos en que, merced a una serie de abstracciones, el espíritu se sustrae a cuanto le rodea, y, replegándose en sí mismo, analiza y comprende todos los misteriosos fenómenos de la vida interna del hombre.

       Hay otros en que se desliga de la carne, pierde su personalidad, se confunde con los elementos de las Naturaleza, se relaciona con su modo de ser y traduce su incomprensible lenguaje.

       Yo me hallaba en uno de estos últimos momentos cuando, solo y en medio de la escueta llanura, oí hablar cerca de mí.

       Eran las hojas secas las que hablaban, y éste, poco más o menos, su extraño diálogo:

       -¿De dónde vienes, hermana?

       -Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de hojas secas, nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú?

       -Yo he seguido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla.

       -¿Y dónde vas?

       -No lo sé. ¿Lo sabe acaso el viento que me empuja?

       -¡Ay! ¿Quién diría que habíamos de acabar, amarillas y secas, arrastrándonos por la tierra, nosotras, que vivimos vestidas de color y de luz meciéndonos en el aire?

       -¿Te acuerdas de los hermosos días en que brotamos, de aquella apacible mañana en que, roto el hinchado botón que nos servía de cuna, nos desplegamos al templado beso del sol como un abanico de esmeraldas?

       -¡Oh! ¡Qué dulce era sentirse balanceada por la brisa a aquella altura, bebiendo por todos los poros, al aire y la luz!

       -¡Oh! ¡Qué hermoso era ver correr el agua del río que lamía las retorcidas raíces del añoso trono que nos sustentaba, aquel agua limpia y transparente que copiaba como un espejo azul del cielo, a modo que creíamos vivir suspendidas entre dos abismos azules!

                                                                                                                                                             GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER.



      

 




*    1970/71

 

      Sentado al borde de un camino por donde siempre vuelven menos de los que van, pienso en lo que allá quedó entre las grietas, junto a hormigas y arañas tejiendo el olvido. Parece que fue ayer. Parece que nunca existió… Tras un verano convulso -inmerso en rojas revueltas y retruques biliosos- llega el otoño a Santa Lucía. Octubre viene moroso y trae a hombros un milagro del Régimen, y trae zapateta: ¡estrenamos colegio! Viejos alumnos, viejos profesores y nueva dirección afrontamos estoicamente las jornadas iniciales de incertidumbre, trabajo, desorientación e incomodidades. Las obras no han concluido pero seguimos adelante -¡siempre adelante!-, y estamos pletóricos de briosas inquietudes. La vida está por vivir. Sin embargo, aún no es tiempo de juventud, ese divino tesoro; es tiempo de adolecer, de renuncia, de futuros en globo. Sesenta estudiantes en Primero, treinta y seis en Segundo, cuarenta y dos en Tercero, treinta y siete en Cuarto y noventa y tres suman entre Quinto y Sexto (mixtos y con grupos de Letras y de Ciencias). En total, 268 alumnos -buenos y dóciles- laborando con ánimo inasequible al desaliento.

 

 

*    Nueva dirección

 






       A rey muerto, rey puesto. Santa Lucía de Gordón -pueblo con cara de selecto, de sincopado, de sopista- es testigo de un golpe de timón en el SANTA BÁRBARA, colegio patrocinado por la HVL. Han transcurrido ya tres años desde la fundación del mismo y la Empresa, por diversas razones, aprovecha el traslado al edificio de reciente construcción para realizar cambios: llegan los MARISTAS. Y así, el Centro de Bachillerato Elemental nacido en el 67/68 en unas instalaciones mejorables, y dirigido por un sacerdote -de cuyo nombre no quiero acordarme-, sucumbe para renacer con el vigor necesario ante una década crucial... Volver a empezar.

 

       REGARDEZ! ECOUTEZ! PARLEZ!  2  “Aquí llegué a primeros de Octubre cargado de ilusiones y sin miedo al trabajo y responsabilidad, que gustoso acepté”. Estas palabras del hno. Ampudia –primer director del MARISTAS SANTA BÁRBARA- forman parte de la presentación realizada por él mismo en la revista HORNAGUERA de febrero del 71. De su mano llegan el hno. Flecha, el hno. Saturnino y el hno. Serafín -verdadero y cauto auriga- como jefe de estudios. 





   

 

 

        Queda en este punto la primera entrega. Innumerables recuerdos –de aquel curso primigenio- se agolpan en mi cabeza y todos quieren salir, atropelladamente, con vocerío de mil demonios cual si fueran guajes bajando en tropel de la fusca. ¡Retiene tantas cosas mi memoria! Bulle como una jaula de grillos; suelta el grillete de rabias y ridículos; busca hojas secas de mar a mar.





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