1/ RAREZAS MÍAS:
Si por lo que escribo me proscriben, sea, pues lo primero es ser uno mismo, que sin palmeros a la puerta igualmente se vive; y amén: ¡cada uno se lo coma con su pan, y buen provecho! En consecuencia, siendo lo menos agradecer por sentirme bien nacido en Ciñera ―pueblo inventado por don Emilio―, sepan, estimados amigos, que a mi manera y con el debido respeto voy a contar lo que tal vez aquello fue, mal que les pese a las memorias históricas y democráticas y a las de unos y otros, y a pesar del antro mediático en que nos ahogamos sin remedio, que no es bueno ni discreto ni justo ni veraz. De igual forma, y lo expreso con pena pues a carbón sabe mi aliento, iré contra corriente ―Bernesga arriba― cuando las aguas vienen turbulentas, locas, irreconciliables.
Tengan a bien considerar, en primer lugar, que soy nadie, pompa de jabón, sombra de una sombra (un «baby boomer» sin pelo y con arrugas de cristal en el magín). Criado entre montañas que abrazan cortando la respiración, presiento la asfixia, reconozco a vuelapluma su canción: he vivido estrangulado. Desde la casa nº 52 mirando al norte, jamás contemplé una puesta de sol: terminaba los días en una noche prematura. El escenario era severo; los actores, mayormente mansos. En «la escuela del silencio» crecí ajustado, entontecido de reconcomio (mas supe de urbanidad y buenas costumbres). Premioso bajo techo pintado de miedos, la ruina enterraba mis aspiraciones; sin embargo, nunca perdí el entusiasmo ni el ansia de aprender.
En segundo lugar, que sigo buscando ―cual «capitán Tan»― en mis viajes a lo largo y ancho de este mundo voraz y extraño; pero no hallo sino que todo es verdad y todo es mentira. En esta pajarera que me toca sufrir, la vida es un cuadrado redondo, tal y como gruñen «e(x)imios» de la cosa pública. Que no tiene salida esta especie de laberinto tóxico, hasta el más tonto lo sabe y servidor también: constituye la verdad más áspera y encantadora, la más dolorosa, tullida y plagada de monsergas. Vivimos una maraña infecta, una cháchara peluda, un sainete inmundo escrito por las grandezas de la vulgaridad. Aquí, los más resienten y buscan desquite, rugen, atiborran la convivencia de zanjas, de sospechas, de marrullerías, de fango, fango, fango; traen a lomos de rucio progreso perpetuo, «paz perpetua» y servil avaricia, para una república lujuriante donde los ciudadanos sean inmunes a la razón. ¡Quién pudiera beber luz del ayer, vivir el hoy, soñar el mañana! Pero la oscuridad crece de manera extraña.
En tercer lugar: se agota mi tiempo. Que nos traen los trastos de suicidar a los hijos de las telarañas, a los comedores de patatas con huevos, parece obvio. Es por lo que temo y tiemblo. Arrojado Dios del paraíso tecnológico, todo está permitido: se relativiza la barbarie. Nada me resta sino esquivar la chifladura en un ir y venir a ninguna parte, pervivir en esta gusanera global de la mejor manera, incluso tragando zapateros, sapos, sapillos y batracios, y caldos flacos con tropezones de ruin televisión; hasta que llegue mi hora, que me la quieren cambiar. Lo barruntan mis tripas. Sólo por haber nacido en esa época de familia numerosas con puntos.
¡Ah, «globalismo cutre», pérfido anzuelo para que se lo trague la plebe! ¡Quien no te conozca que te compre! Todo es hornada de nada: fiesta genital sobre camastro humanitario hecho de trapos sucios y fornicación. En esta inmunda hoya tecnológica, los del tres al cuarto son mayoría que impugna las tradiciones, bombas que vacían las almas; en esta «gran sustitución» esencialmente zarrapastrosa, se nublan los espejos, se petrifican las ideas y la ecología se hace criminal, sádica, eugenésica.
Me preocupa la luz: ver, comprender por qué olvidamos tan a la ligera. ¿Por qué se transmuta en bilis lo que otrora fue admiración? En el hoy ceniciento, feminista e inclusivo, cuya ignorancia y desdén hacia lo vivido en los años del franquismo son infinitos, se confunde reparación con exterminio de glorias pretéritas. Véase si no Internet, principal herramienta de mentes hostigadas, confusas, henchidas de datos y más datos, que sin hacer digestión de los mismos infieren infestas soluciones desintegradoras.
2/ CARROÑEROS ALTIVOS.
Tecleo en el buscador: Emilio del Valle Egocheaga. La primera propuesta es un artículo de El País: «La maldición eterna del pozo Emilio del Valle». Tiene como redactores a Lucía Tolosa y Juan Navarro (fecha, 17/abril/2021). Copio y pego los dos primeros párrafos:
«Emilio del Valle es un nombre maldito en el norte de León. El prestigio del fallecido empresario que compró la compañía minera Hullera Vasco-Leonesa en 1942 y dio de comer a cientos de familias ha desaparecido. Hasta las placas de las calles que le pusieron en la comarca de La Pola de Gordón han sucumbido al óxido. El abandono se refleja en las piscinas y los campos de fútbol que la entidad construyó hace 70 años en Ciñera (740 habitantes), en pleno apogeo del carbón, convertidas hoy en un criadero de hierbajos.»
«Las destartaladas instalaciones del pozo Emilio del Valle son ahora pasto para las vacas y una herida sangrante para decenas de familias desde el 28 de octubre de 2013. Ese día murieron seis mineros por una explosión de gas grisú. Han pasado ocho años sin que los familiares de las víctimas, que denunciaron negligencias de seguridad, hayan recibido una sentencia que les permita pasar página. O, al menos, intentarlo.»
¿Qué decir al respecto? Si algún comentario fuera posible para este fárrago «prisaico», diría que se trata de una pícara pajarota, una paparrucha pingajosa, una ponzoña envilecida en vilo; o guardaría silencio tras un resignado «lo dijo Blas, ni una palabra más». Pero callar es otorgar y no me parece lo mejor. Se me ocurre hacer una selección de frases a las que ponerles alguna postilla:
―Emilio del Valle es un nombre maldito: Mal-decires anodinos. Contemplad y ved si hay traición como la que hace despojo del ayer y enmudece la historia verdadera, llenando de insultos y salivas lo que otro tiempo admiró. ¡Mirad! Descubrid las malicia de feroces y altivos carroñeros desgarrando el semblante de nuestra historia.
―Dio de comer a cientos de familias: Que sepamos, don Emilio dio trabajo; el pan se lo ganó cada uno sudando a raudales.
―Las piscinas y los campos de fútbol que la entidad construyó hace 70 años en Ciñera: Vicio secular del periodismo hueco es hablar por hablar; pocos, muy pocos entre sus miembros y miembras se preocupan de ser precisos y contrastar datos, hincar los codos o romperse la cabeza pensando. El campo de fútbol sí, pero la piscina no tiene catorce lustros (se iniciaron los primeros trabajos de movimiento de tierras en el verano de 1970, fui testigo).
―Destartaladas instalaciones… Herida sangrante: Los adjetivos ya denotan mala fe. La mina en cuestión, a pesar del infortunado accidente ―«por una explosión de gas grisú», dicen― no era un proyecto desquiciado, aunque haya sido vencido por la fatalidad. Estos reporter@s nada dicharacher@s, ¡malos hierbajos!, ignorantes de que fue una gigantesca y repentina invasión de grisú lo que produjo las desgraciadas muertes, ocupan el primer puesto de salida en la siniestra carrera de orgullosos destripadores cabalgando elefantes en una cacharrería. Se comportan valientemente: ¡a moro muerto, gran lanzada!
3/ APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA.
El 12 de octubre de 1890 nace don Emilio del Valle Egocheaga en Las Rozas de Valdearroyo, provincia de Santander. Estudia Comerciales en la Escuela de Comercio de Bilbao, pasando luego a la de Capataces y Facultativos de Minas, en Mieres, donde obtiene titulación de Capataz Facultativo de Minas, Hornos y Fábricas. Su espíritu independiente, su imaginación creadora y su audacia ―y quizás el sentido del deber ante los madrugadores compromisos de índole familiar― le llevan por el camino de la pronta y constante laboriosidad, abriendo en la mencionada población asturiana unos talleres mecánicos, de los que al poco tiempo se hace cargo su hermano Román. Es el año 1913 ―con 23 años― cuando vuelve a su lugar de nacimiento para dirigir unas minas de Lignito, propiedad de la antigua Cristalera y en las que trabaja como Capataz Facultativo su padre, Román del Valle. Compagina dicha tarea en Las Rozas con otras iniciativas: como el sondeo de petróleo en Burgos, hacia el año 1920; como las contratas de carreteras (las del Valle de Campoo al Puerto de Piedras Luengas); como la construcción de edificios (incluso en la Capital de España). Construye casas baratas para la Constructora Naval de Reinosa y participa en pequeñas industrias, como las que realiza junto al ingeniero García Alix. Colabora en la fundación de Cementos Alfa, para cuya Sociedad explota diversas canteras. Y por fin León, si bien antes mantiene su primer contacto con la cuenca Palentina ―nada propicia―. Es el año de 1932, clave para don Emilio (a punto de cumplir los 42).
Antes de proseguir con estas notas biográficas, me gustaría echar un vistazo al Diario de León, fecha 06/06/2016, donde se publica El drama de la Vasco, se vende cuenca minera, reportaje del que copio y pego lo siguiente:
«Cielo abierto: 31 millones de euros. Mina de interior: 7,9 millones de euros. Lavadero: 6,4 millones de euros. Grupo Fábrica: 2 millones de euros. Concesiones: 24,1 millones de euros. Construcciones: 11,6 millones de euros. Terrenos y fincas: 2,7 millones de euros. Vehículos, otras concesiones, obras de arte, maquinaria, subestaciones: 1,1 millones de euros. Clientes deudores y otros activos: 29,7 millones de euros. Empresas participadas: 5,4 millones de euros… Total: 122 millones de euros. Es el precio de una cuenca minera. La que va desde Matallana hasta Ciñera, pasando por La Robla, Santa Lucía... Más de 2,5 millones de metros cuadrados dispersos en cuadrículas por la montaña central… Es como una hecatombe… "Nunca creí que fracasara esta empresa. Cuando empezó la reconversión dije: La Vasco se salva", confiesa Pedro, un antiguo capataz de la mina que achaca el hundimiento de la Hullera a la gestión de la tercera generación y no al Gobierno. "Esta mina tenía que ser rentable", recalca…. Es el inquilino de la vivienda del jefe en el barrio de San Lorenzo de Matallana de Torío, que sale a la venta por 45.000 euros. "Si la venden me iré, tengo el piso en Eras de Renueva", contesta…. "Mira, ahí enfrente empezó el viejo", dice el hombre señalando hacia la montaña situada frente al barrio de San Lorenzo de Matallana de Torío. "En Bardaya —precisa— fue comprando cuadrícula a cuadrícula y se quedó con todo el valle"…»
Al oír «Bardaya» me viene a la memoria un magnífico reportaje de la revista Hornaguera (en su nº 8 de septiembre/1959), que paso a compartir con ustedes:
Regreso a 1932, año en que don Emilio adquiere las minas de carbón de la antigua Anglo-Hispana, ubicadas en los términos municipales de Matallana de Torío y Vegacervera, en la provincia de León, siguiendo la ruta del ferrocarril La Robla-Bilbao desde Las Rozas de Valdearroyo. Son tiempos difíciles. A los dos años tiene lugar el Golpe del 34, que tantas revueltas e inconvenientes provoca en las cuencas mineras de Asturias y León. Si trabajar en la mina era ciertamente duro, gobernarla durante aquel periodo no lo era menos. Nadie sin temple ni carácter hubiera podido; él lo consiguió. Gana la partida y funda la Sociedad denominada Valle y Diez, y sigue trabajando durante la guerra (con la protección de las tropas nacionales en las bocaminas: suministrar carbón para ferrocarriles y otros usos es vital). Finalizada la contienda diversifica ―es su modo y manera de trabajar― construyendo el embalse de Villameca y el Lavadero en Santa Lucia (1942).
Hago nuevamente un quiebro para retomar el Diario de León:
«El capataz habla, desde el otro lado de la verja de la casa del jefe, de los tiempos de posguerra, los años 40, cuando Emilio del Valle Egocheaga se presentó al presidente del Instituto Nacional de Industria, Juan Antonio Suances, con una oferta de compra para la Hullera Vasco Leonesa…»
Recupero el curso de los acontecimientos y me sitúo en 1944 (tiene don Emilio 53/54 años). La oferta de compra se consuma. La fusión de las Sociedades Valle y Diez y Hullera Vasco-Leonesa ―con denominación de la segunda― constituye una empresa fuerte y competitiva, con aumentos de producción verdaderamente relevantes. Las inquietudes no cesan: es un hombre de acción. Supongo que nacer en España un doce de octubre augura grandes misiones. No lo sé. Pero veamos algunas piezas sueltas de su quehacer casi frenético. Decir que localiza cobre en las Hoces de Barcena, magnesitas en Reinosa, hierro y oro en León. Decir que para su capacitación investigadora en minería y fabricación de aglomerados, viaja por Alemania, Bélgica y Francia, y llevado de su vocación empresarial visita los EEUU. Decir que su labor social, de la que haré capítulo aparte, resulta impresionante aunque nos pongamos bordes, ceñudos, ariscos.
4/ LA FAMILIA.
Los seres queridos, que nos arropan en este purgatorio de lágrimas y más lágrimas, son importantes; por ellos sufrimos, nos sacrificamos, pretendemos «lo mejor». Siendo aún muy joven, Don Emilio del Valle Egocheaga (1890-1972) contrae matrimonio, con doña Emilia Menéndez Mori (…-1964); entre ambos, ¿tres o cuatro años de diferencia? Ella es asturiana, posiblemente de Mieres, adonde se ha desplazado él para formarse como capataz. El matrimonio tiene once hijos. El mayor es asesinado en una checa de Madrid y tras la Guerra Civil fallece una hija; son nueve, por tanto, los que alcanzan la madurez: doña Mercedes; doña María Luz (1910-1997), casada con Arias Navarro; don José, (¿facultativo de minas?); don Eduardo (¿explotador de minas); doña Emilia; don Antonio (1923-2017), ingeniero de minas, el más renombrado; don Emilio, ingeniero de minas; don Luis, fallecido en accidente de tráfico en 1976 (¿agente comercial?), y don Aurelio (¿médico?).
5/ FECHAS…
―28 de noviembre de 1961. Tiene lugar en La Robla un acontecimiento verdaderamente digno de ser anotado con piedra blanca en los anales de sociedad: inauguración de una de las más importantes fábricas de cemento de Europa; e imposición, a don Emilio, de la Medalla de Oro al Merito en el Trabajo: «En el momento en que el Sr. Representante de la más alta jerarquía, en nombre del Gobierno de España, coloque sobre el pecho de D. Emilio del Valle Egocheaga la medalla a que por sus merecimientos indiscutibles se hizo acreedor, queremos que le resuene en el corazón el eco unánime de este aplauso de todos los leoneses, a través de su Emisora.» (Victoriano Crémer. RADIO-LEÓN, 2 7-11-1961)
Quien haya llegado hasta este punto de mi publicación, se habrá dado cuenta que no es más que un boceto. Seguiré, por tanto, añadiendo pinceladas en este retrato de don Emilio, un hombre bueno a mi parecer.
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