domingo, 27 de enero de 2019

Don Victorino




    Ciñera, un instante congelado de los trabajos de construcción de la Casa de Cultura. La fotografía es de Don Feliciano, quien la hizo el día que celebramos la fiesta del Colegio en el Faedo y en el campo de fútbol, con fecha 19 de mayo de 1970.



       En un espacio de silencios y carbón estuvo Don Victorino, cura obrero; eran “los sesenta”, década llena de prodigios. Aquellos diez años vieron la luz con sotanas negras y vientos del norte, temor y temblor; finalizaron en 1970,  cuando el pastor de almas decidió subirse al andamio del Vaticano II. En aquel pueblo mío, ¿qué cosa rara estaban regalando tiempos de Concilio bajo un cielo cazurro y tacaño? Nunca lo sabremos, pues, de lo acontecido, unos hacen mito y otros quieren olvidar. “Servidor” no desea nada sino jugar con el niño que me habita, recuperar sin resentir, amar el ayer.

     Recuerdo muchas cosas: unas verdad y otras mentira (pero no importa). Guardo vivas imágenes de mi Primera Comunión, cuando el altar de nuestro templo estaba presidido por un gran frente de madera tallada, con sus hornacinas para dar calor y cobijo a nuestro San Miguel Arcángel, a nuestra Santa Bárbara y a la Virgen María, y en el centro, Cristo en la cruz. De la catequesis perviven dos tardes primaverales: una, en los primeros días de mayo, recogiendo “zapatitos del niño Jesús” en “el Gotero” para depositarlos tras el maravilloso retablo; otra, vísperas del 27/05/1965, en la iglesia, donde sentados en los primeros bancos éramos interrogados por Don Victorino. Aparte de las preguntas del Catecismo, nos hacía las que los buenos maestros utilizan para relajar el ambiente. Recuerdo una muy especial: “¿Cuántos vais a ser curas de mayores?”… Creo que todos levantamos la mano.




     Hoy, anida en mi corazón la historia tierna y amable del cura de mi pueblo; aunque mi razón choque con las ideas que tratan de cambiar lo imposible. Hoy sé que nada sucede sin causa: siempre hay un algo lejos, alguien que mueve los hilos. Tal vez todo comenzase un veinticinco de enero de 1959, fecha en la que Juan XXIII anuncia a los cardenales, en la basílica de San Pablo Extramuros, su propósito de convocar un Concilio; acaso fuera Pablo VI aceptando de nuevo el movimiento de curas obreros nacido en los cuarenta; quizás fuera la HOAC, germen de USO y Comisiones Obreras, o las muchas lecturas en libros de la editorial ZYX. No lo sé. Pero estoy seguro de una cosa: Don Victorino, cura obrero de un pueblo de las montañas, hizo lo que su conciencia le presentaba como bueno.

     Él vivió dos lustros de su sacerdocio en Ciñera de Gordón, el pueblo de mi memoria.





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