Quiero agradecer a FHVL la posibilidad de
consultar la revista HORNAGUERA. Buceando, he tropezado con el número 25. He
trabajado sobre su contenido y el resultado… hételo aquí.
“Lector,
sujétate a los hechos”, porque hablaremos del General que ganó una Guerra Civil.
Abramos la mirada. Cuando historias ya fenecidas regresan cual espíritus de Caín, la comprensión de limitaciones y errores del pasado resulta más que
imposible. Hoy, cautiva y desarmada la diosa Razón, las tropas trepas siguen
avanzando, cargando la cosa pública de pleonasmos catarelos, hiatos y
cacofonías personalmente en persona. Hoy, el mal es el bien, y el bien es el mal;
las tinieblas se llaman luz, y la luz, tinieblas... Por duros y míseros que hayan
sido los días de infortunio dejados atrás, son nuestros.
En un espacio de silencios y carbón, lugar seco y cautivo, estuvo Franco. Eran tiempos difíciles, con trabajos malditos y piedras; lunas en que almas cojas transitaban por caminos de sierpe y sapo. Marcaba el calendario dieciocho de septiembre de mil novecientos sesenta y dos. Fecha para la Historia. Jornada de frenesí vacío recorriendo la columna vertebral de un pueblo de las montañas.
Ciñera, infectada de sombras y empapada de soledades, cubría su cara de servidumbre con un velo de júbilo. Muy temprano, sus casas bajas, casas nuevas, casonas y casas del pueblo viejo, recién puestas de blanco, abrían sus ventanas para respirar el aire cargado de “bollos preñaos”… Mineros, madres heroicas, curas, maestros y niños, comerciantes y empresarios. Palabras, palabras y palabras. Futuros, que se cruzan y luego se van lejos, siempre lejos, y nos dejan el cerebro a oscuras, un saco de tierra durmiendo bajo la cama y el olor a humo en las orejas. Todos, a las doce y media, estábamos en el campo de fútbol.
Resonaban las aguas del arroyo escapando por el Bernesga. Pólvora… Ruido… FIESTA EN EL BARRO.
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“... en Ciñera, pueblecillo minero, que tiene la carne
verde y el corazón del color del carbón, y como él dispuesto siempre a proporcionar
calor para los demás, estaban concentrados veinte, treinta mil hombres de la
mina, y otros millares más de gentes del campo, de profesionales, de soldados.”
(página 11)
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“Sobre los
escarpados de las rocas, aparecían cartelas en las que se testimoniaba la adhesión
inquebrantable al salvador de España por parte de los hombres de la mina.”
(página 11)
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“Eran las doce y media cuando corrió por todos
una misteriosa vibración. El Caudillo se acercaba. Sonó una música que
intentaba hacer oír los compases del Himno Nacional. Se levantó
de la multitud un clamor inmenso.” (página 12)
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“Y en las alturas, los barrenos mineros
estallaron en una fragorosa, inaudita conmoción.” (página 12)
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“Cuando las
aclamaciones de la multitud cesaron, se adelantó un trabajador de la mina, uno cualquiera
de estos treinta mil productores dedicados al duro menester de arrancarle a la
tierra leonesa su carga de calor y de luz, su riqueza mineral, un trabajador
que se llama sencillamente, o nada más ni nada menos que Ramón Vázquez Novoa, y
pronunció estas palabras: …” (página 15)
“(…) Nosotros,
los hombres de la mina, los de la cara negra, tantas veces transformada en
leyenda negra por quienes no saben de limpieza de corazón, os damos la
bienvenida, al tiempo que las gracias por vuestra confiada presencia, y os
decimos que nuestras inquietudes, nuestras esperanzas y nuestra disciplina confían
en el Caudillo y descansan en cuanto él ha levantado para dignificar a España.
(…)” (página 16)
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“Las
palabras del Sr. del Valle fueron acogidas con prolongados aplausos por parte
de los hombres concentrados, lo que pone de manifiesto hasta qué punto los
hombres que rigen la Empresa Hullera Vasco-Leonesa han alcanzado ese grado de
fusión entre la teoría de las mejoras sociales y de la incorporación de los
trabajadores a la responsabilidad de la Empresa y la realidad de su propia
organización social, en la que, en la medida posible, han sido realizadas las más
avanzadas teorías en materia social.” (página 19)
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“El
Ministro Secretario General del Movimiento puso en sus palabras la misma
emoción y el mismo estilo combativo y heroico que el escenario y los personajes
demandaban. Fue una oración sincera, vibrante y altamente esperanzadora,
seguida con apretada emoción por todos: Al final de la misma, las aclamaciones a
Franco y a su política social y los aplausos al Ministro Secretario pusieron en
la claridad de la mañana su tableteo insistente.” (página 21)
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“Cuando por
el altavoz fue anunciado que S. E. el Jefe del Estado Español, Francisco Franco
Bahamonde, se disponía a dirigir la palabra a los reunidos, los clamores
adquirieron un tono más exaltado. La multitud prorrumpió en gritos de ¡Franco,
Franco, Franco!, y durante unos minutos el Caudillo hubo de permanecer en espera
de que se hiciera el silencio. Una vez. logrado, el Caudillo habló así:”
(página 22)
“Cuando el
Caudillo cierra su lección con el grito de ¡Arriba España!, la multitud
prorrumpe en clamores de júbilo y de homenaje al Jefe del Estado. Durante
varios minutos el entusiasmo del público mantiene sobre el valle de Ciñera un
rumor como de gran río, y los picachos de los montes que rodean el escenario de
la memorable jornada parecen recoger los ecos de tan encendido clamor y
sostenerles como invisibles, pero sonoras banderas.”
(página 24)
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“Los aplausos y los gritos no cesan…” (página 24)
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“Y en el cuenco que forma el valle,
sobre el gran estadio deportivo, un campo de cabezas, un bosque de manos, un
mar entero de corazones anhelantes, clamorosos, pujantes,… “ (página 11)
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“Pasarán los años, y cuando estos
hombres que hoy tomaron parte en el acontecimiento, que hoy fueron
protagonistas de un suceso memorable, recuerden ante sus nietos esta
efemérides, dirán sencillamente: «¡Yo estuve en el grandioso recibimiento que
León hizo al Caudillo de España, Francisco Franco! ¡Yo estuve allí!...» ” (página 24)
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Servidor
estuvo allí, aquel martes, cuando los pañuelos para las narices de los menores
vivían en el limbo. Era
presente ronco y precipitado, charco, desamor; eran montañas. Montañas que
abrazaban hasta cortar la respiración: por el este, la gran señora blanca; por
el oeste, la que lleva en su coronilla el repetidor y en su base la vía del
tren, la carretera y el río. Eran ráfagas de ira, viento del norte gimiendo, empujando las olas del mar Muerto. Era un niño, diminuta nada de cinco primaveras grises, cubriéndose los
ojos para no ver la oscuridad.
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