jueves, 11 de abril de 2019

≪¡Yo estuve allí!...≫

     Quiero agradecer a FHVL la posibilidad de consultar la revista HORNAGUERA. Buceando, he tropezado con el número 25. He trabajado sobre su contenido y el resultado… hételo aquí.

      “Lector, sujétate a los hechos”, porque hablaremos del General que ganó una Guerra Civil. Abramos la mirada. Cuando historias ya fenecidas regresan cual espíritus de Caín, la comprensión de limitaciones y errores del pasado resulta más que imposible. Hoy, cautiva y desarmada la diosa Razón, las tropas trepas siguen avanzando, cargando la cosa pública de pleonasmos catarelos, hiatos y cacofonías personalmente en persona. Hoy, el mal es el bien, y el bien es el mal; las tinieblas se llaman luz, y la luz, tinieblas... Por duros y míseros que hayan sido los días de infortunio dejados atrás, son nuestros.







   En un espacio de silencios y carbón, lugar seco y cautivo, estuvo Franco. Eran tiempos difíciles, con trabajos malditos y piedras; lunas en que almas cojas transitaban por caminos de sierpe y sapo. Marcaba el calendario dieciocho de septiembre de mil novecientos sesenta y dos. Fecha para la Historia. Jornada de frenesí vacío recorriendo la columna vertebral de un pueblo de las montañas.
       Ciñera, infectada de sombras y empapada de soledades, cubría su cara de servidumbre con un velo de júbilo. Muy temprano, sus casas bajas, casas nuevas, casonas y casas del pueblo viejo, recién puestas de blanco, abrían sus ventanas para respirar el aire cargado de “bollos preñaos”… Mineros, madres heroicas, curas, maestros y niños, comerciantes y empresarios. Palabras, palabras y palabras. Futuros, que se cruzan y luego se van lejos, siempre lejos, y nos dejan el cerebro a oscuras, un saco de tierra durmiendo bajo la cama y el olor a humo en las orejas. Todos, a las doce y media, estábamos en el campo de fútbol.

       Resonaban las aguas del arroyo escapando por el Bernesga. Pólvora… Ruido… FIESTA EN EL BARRO.

“... en Ciñera, pueblecillo minero, que tiene la carne verde y el corazón del color del carbón, y como él dispuesto siempre a proporcionar calor para los demás, estaban concentrados veinte, treinta mil hombres de la mina, y otros millares más de gentes del campo, de profesionales, de soldados.” (página 11)


Sobre los escarpados de las rocas, aparecían cartelas en las que se testimoniaba la adhesión inquebrantable al salvador de España por parte de los hombres de la mina.” (página 11)


“Eran las doce y media cuando corrió por todos una misteriosa vibración. El Caudillo se acercaba. Sonó una música que intentaba hacer oír los compases del Himno Nacional. Se levantó de la multitud un clamor inmenso.” (página 12)

“Y en las alturas, los barrenos mineros estallaron en una fragorosa, inaudita conmoción.” (página 12)


“Cuando las aclamaciones de la multitud cesaron, se adelantó un trabajador de la mina, uno cualquiera de estos treinta mil productores dedicados al duro menester de arrancarle a la tierra leonesa su carga de calor y de luz, su riqueza mineral, un trabajador que se llama sencillamente, o nada más ni nada menos que Ramón Vázquez Novoa, y pronunció estas palabras: …” (página 15)
“(…) Nosotros, los hombres de la mina, los de la cara negra, tantas veces transformada en leyenda negra por quienes no saben de limpieza de corazón, os damos la bienvenida, al tiempo que las gracias por vuestra confiada presencia, y os decimos que nuestras inquietudes, nuestras esperanzas y nuestra disciplina confían en el Caudillo y descansan en cuanto él ha levantado para dignificar a España. (…)”  (página 16) 


“Las palabras del Sr. del Valle fueron acogidas con prolongados aplausos por parte de los hombres concentrados, lo que pone de manifiesto hasta qué punto los hombres que rigen la Empresa Hullera Vasco-Leonesa han alcanzado ese grado de fusión entre la teoría de las mejoras sociales y de la incorporación de los trabajadores a la responsabilidad de la Empresa y la realidad de su propia organización social, en la que, en la medida posible, han sido realizadas las más avanzadas teorías en materia social.” (página 19)

“El Ministro Secretario General del Movimiento puso en sus palabras la misma emoción y el mismo estilo combativo y heroico que el escenario y los personajes demandaban. Fue una oración sincera, vibrante y altamente esperanzadora, seguida con apretada emoción por todos: Al final de la misma, las aclamaciones a Franco y a su política social y los aplausos al Ministro Secretario pusieron en la claridad de la mañana su tableteo insistente.”  (página 21)

“Cuando por el altavoz fue anunciado que S. E. el Jefe del Estado Español, Francisco Franco Bahamonde, se disponía a dirigir la palabra a los reunidos, los clamores adquirieron un tono más exaltado. La multitud prorrumpió en gritos de ¡Franco, Franco, Franco!, y durante unos minutos el Caudillo hubo de permanecer en espera de que se hiciera el silencio. Una vez. logrado, el Caudillo habló así:” (página 22)
“Cuando el Caudillo cierra su lección con el grito de ¡Arriba España!, la multitud prorrumpe en clamores de júbilo y de homenaje al Jefe del Estado. Durante varios minutos el entusiasmo del público mantiene sobre el valle de Ciñera un rumor como de gran río, y los picachos de los montes que rodean el escenario de la memorable jornada parecen recoger los ecos de tan encendido clamor y sostenerles como invisibles, pero sonoras banderas.”
(página 24)





“Los aplausos y los gritos no cesan…”  (página 24)

“Y en el cuenco que forma el valle, sobre el gran estadio deportivo, un campo de cabezas, un bosque de manos, un mar entero de corazones anhelantes, clamorosos, pujantes,… “    (página 11)

“Pasarán los años, y cuando estos hombres que hoy tomaron parte en el acontecimiento, que hoy fueron protagonistas de un suceso memorable, recuerden ante sus nietos esta efemérides, dirán sencillamente: «¡Yo estuve en el grandioso recibimiento que León hizo al Caudillo de España, Francisco Franco! ¡Yo estuve allí!...» ”  (página 24)


    Servidor estuvo allí, aquel martes, cuando los pañuelos para las narices de los menores vivían en el limbo. Era presente ronco y precipitado, charco, desamor; eran montañas. Montañas que abrazaban hasta cortar la respiración: por el este, la gran señora blanca; por el oeste, la que lleva en su coronilla el repetidor y en su base la vía del tren, la carretera y el río. Eran ráfagas de ira, viento del norte gimiendo, empujando las olas del mar Muerto. Era un niño, diminuta nada de cinco primaveras grises, cubriéndose los ojos para no ver la oscuridad.








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